Nace una leyenda: murió Lalo Schifrin, la melodía que conquistó el mundo

El maestro argentino, creador de los temas más reconocibles del cine y la TV, nos dejó a los 93 años, pero su genialidad sonora resonará para siempre

Buenos Aires vio nacer un prodigio el 21 de junio de 1932. Boris Claudio, más conocido como Lalo Schifrin, se sentó frente a un piano a los seis años, un encuentro que marcaría el inicio de una travesía musical sin precedentes. Educado entre el rigor clásico heredado de su padre, un primer violín de la Filarmónica del Teatro Colón, y la libertad del jazz que lo cautivó en su adolescencia, Lalo se forjó un camino único, capaz de transitar y fusionar géneros con una maestría inigualable.

Cuesta imaginar que aquel inconfundible repiqueteo irregular sobre las notas graves del piano, que dio vida a la música de «Misión Imposible», no nació de la improvisación frente al instrumento. Fluyó como un relámpago por la mente del compositor, directo al papel, una práctica que, incluso superando los noventa años, Lalo Schifrin seguía cultivando. Hay músicas que, una vez que echan a andar, nunca se detienen. Esta es, sin duda, una de ellas. La vida humana, en cambio, tiene su fin, dejando tras de sí una obra expuesta, tan vibrante que se antoja eterna.

De Buenos Aires a Hollywood: Un Destino en Clave de Jazz

La epopeya de Schifrin tomó un giro decisivo en la década del cincuenta, cuando el legendario Dizzy Gillespie lo conoció en Argentina. El trompetista, impresionado por el talento del veinteañero, le extendió una invitación a Estados Unidos, para que escribiera una suite y se uniera a su orquesta. Lalo, sin dudarlo, abrazó lo que sería su destino, aunque con giros inesperados que lo llevaron de Nueva York a la costa Oeste. Allí, la pantalla grande y la chica se convirtieron en su principal campo de acción, entregando bandas sonoras inmortales para series como «Mannix», «Starsky y Hutch» y películas como «Harry el sucio», «Bullitt» o «Tango» de Saura. Su música no solo acompañó imágenes, sino que les dio alma, las hizo inolvidables.

«Argentina fue el puntapié inicial. No solo nací allá. Es donde tuve mi educación», recordaba el maestro en sus charlas cada vez que tenía oportunidad, evocando sus años de formación clásica y el desafío de un examen de ingreso al Conservatorio de París que, según él, fue más difícil que el de la beca en el prestigioso conservatorio parisino. Sus maestros, como Juan Carlos Paz y Andreas Karalis, moldearon un genio que siempre estuvo abierto a la experimentación, incluso cuando su padre consideraba el jazz «ruido».

Laureles y Abrazos que Resuenan

Los éxitos de Lalo Schifrin se tradujeron en un merecido reconocimiento global. Su estrella brilla en el Paseo de la Fama de Hollywood, fue galardonado con cuatro premios Grammy, un Premio Max Steiner de música para cine, y en 2016, el Ministerio de Cultura de Francia lo distinguió como Commandeur des Arts et des Lettres.

Pero quizás uno de los momentos más emotivos llegó en 2019, cuando recibió un Oscar honorífico por su trayectoria de manos de su amigo y colaborador, Clint Eastwood. Un abrazo que encapsuló décadas de complicidad artística y camaradería. «Mi vida siempre es una coincidencia», solía decir Lalo sobre esos encuentros que lo unieron a figuras como John Williams, un «amigo íntimo» con quien compartía almuerzos y oficinas en Universal Studios. Incluso la adquisición de su casa en Beverly Hills, que fue la primera residencia de Groucho Marx en la zona, es parte de esas «casualidades» que tejieron su rica existencia.

El Legado de una Melodía Universal

A pesar de su avanzada edad, Lalo nunca dejó de crear. Incluso en tiempos de pandemia, mientras dos de sus grandes obras sinfónicas esperaban ser estrenadas, se sumergió en la composición de cuartetos de cuerdas, impregnados de «malambo y chacarera», un guiño a sus raíces argentinas. Entre estas, un emotivo «Tango del atardecer» dedicado a su padre, una forma musical de expresar lo inefable: «La música es un lenguaje universal que no necesita palabras», sostenía.

Si bien reconoció un «malentendido» en la música que compuso para la icónica película «El exorcista», cuya propuesta «estocástica» generó malestar en el público, Lalo Schifrin nos deja un invaluable mapa de lo que se debe y no se debe hacer en la composición. Recomendaba el «Bolero» de Ravel como un estudio de orquestación, una guía para los futuros creadores.

Hoy, la noticia de su fallecimiento por complicaciones de una neumonía, cierra un capítulo. Pero la música de Lalo Schifrin, con su ritmo inconfundible y su espíritu audaz, sigue resonando. Está en cada nota de «Misión Imposible» que nos impulsa a la acción, en cada banda sonora que dio vida a nuestras pantallas, en cada rincón del planeta donde su genio encontró eco. Su obra, expuesta y vibrante, es el testamento de una vida dedicada a trascender el tiempo a través del sonido, dejándonos una melodía eterna que jamás se detendrá.

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