Un potente terremoto de magnitud 7.3 sacudió la región, provocando pánico y puso en vilo a miles de habitantes
El epicentro de este temblor, con una profundidad de 20.1 kilómetros, se ubicó a solo 87 kilómetros al sur de Sand Point, una pequeña localidad en el remoto archipiélago Shumagin. La noticia, confirmada por el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), desató una ola de incertidumbre, con las autoridades pidiendo desesperadamente a la población de las zonas costeras que buscaran refugio en terrenos más elevados. Si bien el Centro Nacional de Alertas de Tsunami (NTWC) indicó que el riesgo de víctimas y daños era bajo, la sola mención de un tsunami en una región históricamente golpeada por la furia de la tierra era suficiente para helar la sangre. La Península de Alaska, las islas Aleutianas y Kodiak quedaron bajo la sombra de esta amenaza, mientras la población contenía el aliento, aferrándose a la esperanza de que esta vez, el destino fuera más benevolente.
La vulnerabilidad de Alaska frente a los designios de la naturaleza es una realidad ineludible. Situada sobre el temido Cinturón de Fuego del Pacífico, esta tierra gélida y majestuosa ha sido testigo de la furia sísmica en incontables ocasiones. El recuerdo del devastador terremoto de magnitud 9.2 en marzo de 1967, el más potente registrado en Norteamérica, aún resuena en la memoria colectiva. Aquel cataclismo no solo arrasó la ciudad de Anchorage, sino que también desató un tsunami que cobró la vida de más de 250 personas, dejando una cicatriz imborrable en el paisaje y en el alma de sus habitantes. Aunque el sismo de julio de 2023, de magnitud 7.2, no causó daños mayores, cada nuevo temblor trae consigo la angustia y el presentimiento de que, en cualquier momento, la tierra podría volver a rugir con toda su fuerza.