En los primeros meses del segundo término del presidente Donald Trump, altos funcionarios de su administración recurrieron a las redes sociales para describir una «invasión» de pandillas venezolanas a Estados Unidos. Esta narrativa sirvió para justificar esfuerzos para deportar a miles de personas que huyeron del régimen de Nicolás Maduro.
La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, publicó sobre la finalización del estatus de protección temporal para venezolanos, argumentando que la política de la era Biden permitía ingresos ilegales. Sin embargo, unos meses después, la historia cambió.
Las publicaciones de Trump, el secretario de Estado Marco Rubio y otros funcionarios comenzaron a retratar a Maduro como el jefe de un cartel de drogas y a vincularlo con muertes por fentanilo en EE.UU., aunque existe escasa evidencia de que Venezuela esté involucrada en la producción o distribución a gran escala de este opioide sintético. Sus posts presentan al régimen de Maduro como una amenaza a la seguridad internacional.
La retórica en redes sociales ha coincidido con un despliegue militar sin precedentes. Desde fines de agosto, destructores de misiles Aegis de la Armada de EE.UU. han llegado a la costa de Venezuela. Aviones de vigilancia, bombarderos y miles de tropas terrestres se han desplegado en la región.
Aviones de combate, drones y helicópteros artillados han realizado ataques letales, matando al menos 86 personas acusadas de narcotráfico. El 16 de noviembre, el portaaviones USS Gerald R. Ford, el más grande del mundo, arribó al Caribe.
Según Christopher Hernandez-Roy, experto del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, la retórica exaltada en las publicaciones de redes sociales es una forma de «preparar el terreno» para un posible ataque militar a Venezuela.
Expertos y críticos han cuestionado las afirmaciones de la administración Trump, tanto sobre el control del régimen de Maduro sobre el Tren de Aragua como sobre el papel de Venezuela en el tráfico de fentanilo. La administración no ha proporcionado evidencia pública de que las personas asesinadas sean narcotraficantes, generando preocupaciones sobre la legalidad de los ataques.
Por otro lado, figuras como María Corina Machado, líder opositora venezolana y ganadora del Premio Nobel de la Paz este año, calificó la estrategia de Trump como «absolutamente correcta» durante el America Business Forum en Miami. Ecoando a funcionarios estadounidenses, llamó a Maduro «jefe de una estructura narco-terrorista».
Un análisis del Miami Herald de más de 57,000 publicaciones en X (antes Twitter) de tres docenas de cuentas gubernamentales muestra que la frecuencia y el tono negativo de los mensajes sobre Venezuela aumentaron drásticamente antes y durante el despliegue militar. Las publicaciones recientes sobre el régimen de Maduro y los ataques militares recibieron en promedio 1.5 millones de vistas, cinco veces más que las que posicionan la inmigración venezolana como un tema doméstico.
Según Pinar Yildirim, profesora de la Universidad de Pennsylvania que estudia la comunicación política y redes sociales, estas plataformas permiten a las figuras políticas transmitir sus ideas sin moderación, amplificando automáticamente los mensajes entre su base de seguidores.
La notable acumulación militar en el Caribe meridional —alrededor de una décima parte de la flota global estadounidense— marca una nueva fase en las tensiones entre Washington y Caracas. La retórica en redes sociales no solo justifica acciones, sino que también modela la percepción pública para posibles conflictos futuros.
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